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sábado, 7 de marzo de 2015

REPRODUCCIÓN ALEATORIA

   Activo la reproducción aleatoria de mi carpeta de canciones y me aparece, del fondo del último cajón, "Because The Night" interpretada por Patty Smith. Ahora sé que es de Bruce pero entonces ni tú ni yo lo sabíamos. Porque sólo era nuestra, como la noche, que nos pertenecía. No deseábamos que llegara el amanecer para robarnos los sueños ... Sueños ... ¿Dónde están ahora? Dónde estás ahora que sólo esta canción me hace reencontrarte

   A destiempo, llegas por el tragalúz como un viento de verano lleno de ansiedad, como un fuego celoso sin lavar, lleno de deseo incuestionable, como el aliento de un fantasma inesperado. Viéndote llegar desnuda, extiendo las alfombras aquellas en las que nos amábamos antes de que te fueras, siempre en el mismo lugar, nunca en la misma postura. Inventábamos cada noche nuevos roces y cada día nuevas y excitantes variantes. Mientras tanto, huye el tiempo más allá de las piedras calientes chamuscando el verde enojo con un solo resoplido, un único clamor por detenernos, por estremecernos en un instante congelado. Y te revivo como si fuera ahora, con la boca esperando mis labios, con nuestras lenguas jugando al escondite hasta el ahogo. Aquel desvestirnos inquieto y torpe, esa camiseta sudada, aquel sujetador imposible, aquellas húmedas braguitas, aquella excitación imparable. Te recorría desde el cuello hasta el vello del sexo y subía de nuevo hasta el ombligo profundo mientras con los dedos removía la hendidura hasta que hervía y chorreaba y después te los ponía en la boca para que supieras tu sabor. Entonces el ansia te exprimía y me quitabas los calzoncillos de un tirón furioso, a veces me hacías daño. Te gustaba sorberme como un helado de menta y chupar y chupar hasta poner los ojos en blanco y hacerme ver la línea del túnel en cada desprendimiento del miembro dentro de tu garganta. Te hacía girar y ofreciéndome las nalgas te olía el culo y bebía tu zumo, gota a gota, con la lengua, como los gatos cuando beben leche de un cuenco pequeño a tientas. Hasta que no podíamos más y todos los fluidos invadían nuestras bocas y nos costaba mucho cada aliento...

   Se acababa la canción y tirábamos atrás la cinta con aquel aparato que chirriaba, estridente. A menudo se enredaba y, con paciencia y un bolígrafo, la demadejábamos. Y volvíamos a empezar. Nos mirábamos a los ojos como si fueran universos de colores y nos veíamos cada uno en las pupilas del otro. Como si nuestras almas hubieran permanecido secuestradas para siempre. Un beso largo y apasionado, con los resabios aún frescos, era la señal de la reanudación. Te ponías sobre mí y, poco a poco y con una precisión perfecta, hacías el ajuste necesario para empezar a cabalgar. Me gustaba sentir cómo el glande emergía a medida que entraba dentro de ti y cómo con la vagina hacías tope en mi vientre. A veces pensaba que todo mi yo, entero, se perdería dentro de ti. Me montabas salvaje, primero con las manos tomando fuerza en mi pecho en cada vaivén y después galopando desbocada con los pechos arriba y abajo y la cabeza hacia atrás, reluciente de sudor todo tu cuerpo.  Me exprimías hasta que no podía más y me vaciaba dentro de ti en medio de sollozos y gritos de euforia. Gemías ténuemente y te dejabas caer sobre mí aun espatarrada y me besabas húmedamente y nuestras babas se mezclaban y los sudores soldaban nuestros cuerpos en unos instantes inacabables en los que nuestros respiros eran uno sólo y nuestros corazones latían al mismo ritmo.

  Nuevamente, rebobinàbamos. El tercer asalto estaba a punto de empezar. Me levantaba con el cipote colgando, me daba la vuelta y me ponía de rodillas ante ti, aún abierta. Te cogía un pie. Los dedos parpadeaban pensando que me los quería comer. Los saboreaba uno a uno, con suavidad. Te removías entre espasmos y cosquillas y chillabas fuerte. Subía por los tobillos y los gemelos, las rodillas y el interior de los muslos hasta alcanzar el dulce de la entrepierna donde buscaba afanosamente el punto de encuentro. Me entretenía pacientemente hasta que tus aullidos me decían que me querías dentro otra vez. A veces tenía que prolongar más la comida, haciendo tiempo para la resurrección de los muertos. Cuando sentía de nuevo aquella tirantez que me tensaba la cuerda era el momento de poseerte, de sentirte aún más y dártelo todo, todo, todo ... te cogía las piernas encajando el interior de los codos con el interior de tus rodillas. Te las levantaba ligeramente y sin tocar bordes entraba dentro de ti de un solo empujón. Ya no estábamos para tonterías.  Empujaba y empujaba y levántabas el vientre arriba, arriba. La fuente manaba rezumando un licor dulce y salado, amargo y viscoso, empalagoso y enloquecedor que inundaba las mantas encima de las alfombras y provocaba manchas de aceite del tamaño de autobuses averiados. A mí, a estas alturas, ya me costaba más y entraba y salía desesperadamente entre gemidos, gritos y aullidos ... Una último arreón, potente, profundo,  final, me estremecía entre los infinitos espasmos de locura que compartíamos, el último aliento, el último espasmo, un último suspiro. 

El "chac" del final de la cinta marcaba el punto sin retorno. Nos abrazábamos de lado y nos dábamos besos dulces y sonreíamos. Comentábamos si era o no era cierto el mito de que Patty se masturbaba mientras estaba sobre el escenario. No lo supimos nunca pero nos gustaba pensar que sí.

Hoy, del fondo del último cajón, me ha llegado tu imagen y he jugado solo, a regañadientes, deseándote. He pensado que quizá a la misma hora salías del cine con una sonrisa después de ver a Grey.

   Grey ... 

   Ese aprendiz...

   

   
 

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