Pronto una nueva relación llenó mi vida. No me sentía aún preparada para ello pero al oir por primera vez aquella voz supe que sería para siempre. Era cuñado de Luís. No el tipo de cuñado que todos tenemos en mente. No era soez ni desagradable ni imponía sus opiniones; era prudente y no hablaba cuando no sabía de un tema, sólo escuchaba y asentía, o no, con una sonrisa.
Por otro lado, me trataba como a una reina. Me susurraba al oído y yo, con gusto, le complacía. El último invierno me llevó a un refugio de montaña en la sierra madrileña donde pasamos dos hermosas noches. Por el día, mientras él esquiaba, lo esperaba en la habitación sintonizando canciones de amor, lujuria desenfrenada en el pequeño televisor del cuarto.
Fui muy feliz con él y añoro esos años como los mejores de mi vida. Hoy, en este mercadillo donde no dejo de sonreir para que alguien me recoja y consciente de que la obsolescencia me pasa factura, echo de menos sus palabras cuando llegaba después del trabajo, siempre las mismas: "Alexa, ponme música"...