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jueves, 18 de junio de 2015

CACHIMBA

CACHIMBA


Los pequeños monstruos llegaron de madrugada. Caminaban con los ojos cerrados, a regañadientes, asidos a mis manos. Arrastraban los pies y el polvo del sendero que cruzaba los parterres del  jardín se entrometía entre sus dedos descalzos. Habían dejado de lloriquear momentos antes y, por primera vez, los vimos sonreir. Cachimba ladró extrañamente al descubrirlos y en las pupilas de los hermanos un destello brilló fugaz en la noche sin luna.

   Los acostamos sin que quisieran cenar ni tomar nada caliente. En la litera, el chico arriba.  Al darles los besos de buenas noches percibí el frío de sus pieles y la rigidez de sus rostros. No me extrañé. En Rusia no habían tenido el cariño de nadie.

   Las noticias de la mañana alertan de las muertes inexplicables de una pareja de arquitectos jóvenes que acababan de llegar de un largo viaje. Dos años en Rusia para poder salir finalmente del país con sus nuevos hijos adoptivos. Ya se sabe: la burocracia del este.

   Los hermanos, en el sofà de la institución que se ha hecho cargo de ellos, ante el televisor rien y se abrazan como si estuvieran viendo dibujos animados.

  Cachimba yace, exánime, en el parterre grande.

domingo, 14 de junio de 2015

ARENA

ARENA

   Me desperezo rodeado de millones de individuos completamente iguales a mi. El sol nos calienta, inclemente, sin hacer el más mínimo caso a la brisa marina que, impotente, envía sus desvelos a travès de las dunas. Escucho, nítido, el ronquido de los camiones, de las excavadoras, de los tractores. Me siento de repente alzado en vilo, junto a miríadas de hermanos gemelos, todos de mi misma generación. Nos cubren con un toldo de arpillería áspera y la oscuridad nos envuelve, a todos, durante un tiempo indeterminado. 

   Al llegar la noche siento todavía el traqueteo inquieto que nos transporta llevándonos lejos, quien sabe adónde. Al llegar, días después, nos descargan en una cinta transportadora que produce unos chirridos desgarradores. No podemos taparnos los oídos. Somos distribuidos aleatoriamente en unos recipientes cúbicos de los que salimos a toda velocidad dirigiéndosenos alternativamente a otros mucho más pequeños y de apariencia más acogedora.

   Nuevamente, nos levantan. Ahora a peso. Dentro de estos habitáculos estamos más cómodos, más anchos. Ahora, destapados, me doy cuenta de que somos todos exactamente iguales. Nos han separado por tamaños. Los más grandes se quedaron en tierra. Los medianos han ido siendo descargados a lo largo del camino, siempre por orden de mayor a menor. Ya sólo quedamos dos grupos. Doce cubos de vidrio glaseado, seis i seis. Creo que ahora se desprenderán de los seis que llevan la etiqueta roja. La del mío es verde. Efectivamente los seis cubículos marcados en rojo son recogidos por mujeres vestidas de blanco con la boca tapada.

   Vaya por Dios! Nos estan descargando también. Tres jovencitas de complexión fràgil nos cargan en un auto verde con letras marrones que no acierto a leer. Las puertas traseras se cierran de golpencon estrépito. Otra vez el jodido traqueteo. Después de un rato que no soy capaz de precisar el traqueteo disminuye repentinamente. Ahora parecemos deslizarnos por una pista de hielo pero sé que no es cierto. Hemos llegado a la autopista y todo fluye más delicadamente.

   Al fin, con la luz del amanecer entrando por los resquicios de las ventanillas, despierto perezosamente. Escucho un frenazo suave. Y las puertas se abren. Un señor vestido todo de azul coge dos de los cristalinos cubos. Al poco, vuelve y se lleva otros dos para, finalmente regresar por los dos últimos.

   Me introducen –nos introducen- en una habitación de paredes blancas impolutas. Un operario nos recoge con una paleta y nos pesa en balanzas de precisión hasta alcanzar una medición exacta. Con un pequeño aspirador conectado a un tubo, también de cristal, somos absorbido y transportados a unos pequeños vasos de vidrio esterilizado colocados en unas mesas redondas. Los manipulan de dos en dos soldándolos milimétricamente en posición invertida, quedando pegados sin que se note costura alguna,  por sus partes más estrechas.
Nos ponen a secar en hornos de aire y poco después nos sacan y nos entregan a un hombre más viejo el cual, invirtiendo una y otra vez la posición de los artilugios así construídos, da su visto bueno final. Por fin puedo decir que formo parte de una máquina del tiempo: un reloj de arena de última generación, construido para medir las vidas de los  arrogantes humanos.









NOCHE


NOCHE

   La tormenta se desvaneció tal como llegó. Sin avisar. Los últimos fulgores del atardecer lucen concentrados en los muelles metálicos de las pinzas de tender, chorreando las últimas gotas de lluvia. El Arco Iris se insinuó perezoso un rato, por encima de las azoteas, pinchado por las antenas colectivas de la televisión hasta que la noche se lo llevo como recuerdo. Afortunadamente no tendí  la colcha fuera. No me preguntes por qué. Ahora tu rostro aparece recién lavado, como estampado con tinta invisible en las fundas de las almohadas. Puedo ver todos sus contornos cuando me acerco y mi cuerpo está caliente. Se dibujan en ellas nítidamente tus labios rojos, esos que tantos disparates me hacen imaginar. Aquellos ojos tan verdes que cautivan mi entendimiento. Aquellos mechones rubios dejados caer ...

   La tormenta, digo, ha dejado un aire suave de calles limpias y aire transparente. Miro la plaza y la luna reflejada en un charco me recuerda que hace días que no te he visto. Solamente te adivino al otro lado de las ondas del móvil, en la pantalla del ordenador o detrás un icono todavía por abrir. Me iría a dormir si supiera que podría hacerlo pero sé que nuevamente pasaré la noche revolviéndome en la cama y no te encontraré.  Que me levantaré y buscaré mi sueño, en vano, en las diminutas imágenes de los azulejos del baño. Tal vez te diré que te quiero sin borrarlo, tal vez no te diga nada, tal vez miles de besos colapsarán la red, tal vez ... sólo te miraré y engarzaré sueños con la sonrisa de tus ojos. 

   Como quisiera deslizarme por los codos de la noche y encontrarte en un punto de libro, esperándome. Leerte de pies a cabeza hasta el último trazo de amor que me posea inalcanzable, tanto de día como de noche, y disfrutar de un solo pedacito de tu alma mordiéndome. Como quisiera de amor entender que sin ti moriría, hacerte entender que un reflejo de tus ojos sería suficiente para curarme.