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domingo, 19 de noviembre de 2017

BARRO

BARRO

   Anselmo huye a grandes zancadas por el empedrado de la calle paralela al canal. La niebla matinal engulle sus pasos.  De repente se tambalea, trastabillea y cae.  Qué inoportuno que  uno de sus zapatos andara flojo en plena huída. Las ventanas se abren y los vecinos asoman sus naricillas. Intenta incorporarse y queda sentado palpándose la herida junto al corazón. Cae punzante la lluvia que diluye la sangre que resbala por su pecho e impregna los pantalones, cada vez más oscuros.

   Ernesto frena a tiempo.  El airbag evita el golpe contra el parabrisas. Sufre el latigazo y se desvanece. Despierta sin recordar. Recoge sus gafas, intactas. Parpadea y descubre la forma sentada en medio de la calle, ocupando todo el ancho.. El hombre le mira desde las alturas, suplicante. Una làgrima, tal vez? Ernesto baja del auto y se acerca desenfundando el arma. Arrecia la lluvia apoderándose de los pies de barro del gigante, disoviéndolos en un charco de dolor, inmenso. El hombre gime, como el trueno que sobre sus cabezas acaba de desatar un huidizo rayo que se pierde más alla de su tristeza.

   Miran ámbos el negro cielo y claman perdón en silencio. Ernesto, por tener que ser él quien acabe con el coloso. Anselmo, por tener el corazón tan grande.