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domingo, 18 de diciembre de 2016

NOWHERE GIRL

NOWHERE GIRL


   Es la primera  vez que llevo una mujer a casa desde la fuga de mi  esposa y solo porque ha sentido ganas de orinar. “Los y las pacientes con migraña prefieren a sus neurólogos o neurólogas rubios o rubias”. Menuda imbecilidad, me digo. Dejo la revista sobre la mesita del salón. Al regreso del baño me dice, siguiendo con sus confidencias, “solo busco que me quieran”. Y en mi  candor le respondo  “yo te quiero”. Y me mira con cara de incredulidad manifestando algo que para ella es una obviedad  “no, cielo, tú no.” Y me pregunto “yo no soy alguien? Porqué no yo?”. Y caigo en la cuenta de que todo lo que parecía  algo no es más que un simulacro para escapar por un corto espacio de tiempo y sin alejarse demasiado de su confortable sinvivir. Y que todo es más superficial de lo que parece. “Eres bajito”. “Ya lo sé y no me importa”. “A mí sí, me retrae tu estatura”.  A ella, que me sobrepasa en dos dedos y quince quilos. Y no me importa que sea gorda y fea si sonríe y achica los ojos cuando me mira. Le acaricio la mejilla volteando su rostro para ver esa mirada una vez más; la beso como creo que le gusta  y  se ahoga; aprieto un poco más y profundizo con la lengua aunque no sea mi  natural  hacerlo así y percibo que se  escapa y coge mi mano. Me detengo  y separo los labios y respira y gira de nuevo la cabeza evitándome con gesto cansino y pienso “adiós” y se va la mariposa posando sus alas en una gota de lluvia que nunca termina de caer..

domingo, 13 de noviembre de 2016

ÓLIVER

ÓLIVER


Entreabro, despacio, los ojos. El césped huele a lluvia. Salgo al jardín y me desperezo estirando todos mis músculos, que crepitan como ramas en la chimenea. 

Me recuerdo corriendo a esconderme en la leñera cuando mis hermanos mayores  me perseguían después de merendar. Nunca entendí porque siempre la tomaban conmigo. A veces me pisaba los cordones de los zapatos y caía de bruces, recogía mis gafas de culo de vaso llenas de hierba y algún pequeño insecto agonizante adherido. Soplaba sobre los cristales y los limpiaba con el pañuelo de tela que siempre llevaba en el bolsillo, a veces llenos de mocos.

Un año nos regalaron un perro. En Navidad o Reyes, no sé. Mis padres, en paro entonces, aprovecharon que sus amigos granjeros habían tenido una camada para adoptar uno de los cachorros antes de que los enterrasen vivos o los ahogaran en la acequia. Oliver creció babeando mis zapatillas. ¿Por qué sólo las mías? Mis padres tuvieron suerte y nos mudamos a una casa de dos plantas con jardín, valla blanca y videoportero. Un día me quedé sólo. Mis hermanos tenían novias, gemelas también. Mis padres habían salido a cenar con unos chinos que deseaban invertir en la empresa de palomitas de bacalao que habían ideado cuando una palomita salió disparada de la olla yendo a caer en la cazuela del almuerzo del viernes santo. Así pues, estaba sólo. Oliver dormía. Salí al jardín y me acerqué a su casita. Soñaba, a juzgar por las patadas y cabeceos espasmódicos que tiraba. Lo dejé allí y me subí al columpio del jardín, la típica rueda de camión amarrada a la rama de un árbol, el único que teníamos. Cerré los ojos y sentí el balanceo, cada vez màs fuerte, màs alto. Las primeras gotas de lluvia caían frías sobre mi rostro. Abrí la boca y dejé que me inundase la felicidad. De repente, el estrépito. Oliver ladraba enloquecido. No tuve tiempo de verlo llegar. El enorme cuerpo cayó sobre mi y sólo recuerdo las primeras dentelladas. Me vi. Sí, me vi, tragado y siendo deglutido, bajando despacio por aquel  viscoso esófago.

Entreabro, despacio, los ojos. El aroma del césped mojado impregna el jardín.

Soy, ahora, Óliver...

domingo, 12 de junio de 2016

LA CERILLA


Traducción del Microrelato ganador de la IV edición del microconcurso La Microbiblioteca, 2015 , que organiza anualmente la biblioteca Esteve Paluzié de Barbera del Vallés.




LA CERILLA

   Ha salido al alba, para recoger leña. Ha logrado acumular una considerable cantidad de ella. El invierno comienza a hacerse dueño y señor del bosque y no sabe cuanto tiempo podrá resistir. Han pasado diez días desde que encontró la cabaña en medio de la nada. Los bandidos les habían asaltado cuando viajaban hacia el norte en aquella desvencijada diligencia. Asesinaron a su esposa y al conductor. Se salvó porque había ido a hacer aguas, menores, fuera del camino cuando aquellos tres aparecieron.

   A resguardo, apila la leña disponiéndose a encender  fuego pero, cómo? No tiene manera de hacerlo. Revuelve cajones arriba y abajo y nada. De repente, el milagro. Una cerilla, en el alféizar de la única ventana. La toma, con cuidado de no quebrarla. Los dedos se le estan poniendo morados y, si sobrevive, habrá que amputarle alguno. La alegría deviene desesperación. Cómo encenderà esa cerilla?
La frota por las paredes, por el suelo, por la mesa. Nada. Lo intenta y lo vuelve a intentar, hasta que la cabeza de fósforo se desmenuza.

   El joven enciende un cigarrillo. El encendedor nuevo, regalo de su chica, es precioso. Se reúne con su padre en la cabaña. Una antigua caja de cerillas reposa en un banco de piedra al lado de la puerta. Mientras los forenses retiran el esqueleto, los dos hombres fuman.

   Celestí Casòliva Morales

    Sallent, Barcelona.

domingo, 5 de junio de 2016

ESTRUJAR TUS PECHOS

No deseo recoger
Las migajas
Ni limpiar la sangre
Del suelo
Tan solo encontrarte
Durmiendo en mis brazos
Si un día despierto.

Acariciarte el alma,
Hacerte mía con un suspiro
Al oído,
Que no te vayas.
Estrujar tus pechos
Y besarte sin tregua
Los labios.

A ti, simplemente,
Que puedo abrazarte
Sin miedo a romperte
Que me estremeces
Con un roce de tu boca
En el cuello y la boca 
En la garganta
Cuando sonríes
Con esos ojos
Invitándome

EN UNA HOJA QUE CAE

Dormir
Siempre remendar
Las heridas
A tu lado.
Caer de muerte
Adormecido
Sin más palabras
Ahorradas.
Ofrecerte
Todas las caricias
A la sombra de la luna

Llegará la añoranza
En una hoja que cae
En un copo perdido
En pleno verano
Vendrá la añoranza 
Y yo no estaré
Para abrazarte
Me llevará la añoranza
Si no me quieres
Contigo..

sábado, 23 de abril de 2016

LECHUGAS

   Jesús corta la lechuga a cachitos pequeños antes de introducirlos en el escurridor de verduras. Haciéndolo, se acuerda de las mañanas de agosto con su abuelo, en el huerto. Arrancaban las escarolas de raíz y las limpiaban en el agua de la acequia antes de comerlas, hoja a hoja. Después cogían algunos higos. Los abrían por la mitad con las manos y su forma hacía pensar a Jesús en algo lleno de misterio que aún no vislumbraba. Años más tarde lo entendió en aquel bar de luces rojas adonde lo llevó su padre, como el abuelo lo había llevado a él. Así se hacían las cosas antaño. Ahora es más fácil joder, joder!
   
   Aliña la ensalada y se sienta en su sillón al lado del televisor. Coloca el bol en la mesa de centro, previamente cubierta con el mantel individual y busca el control remoto. Recuerda ahora cuando su padre lo hacía levantar una y otra vez para cambiar de canal -el primero o el segundo, no había más- hasta que se pergeñó una vara lo suficientemente larga y manejable con la cual hacerlo él mismo sin necesidad de levantarse.

   Se levanta y se dirige a la cocina  arrastrando los pies para que no  se le salgan las pantuflas. No hay higos en esta época. Coge dos plátanos y regresa traginando el dolor de sus lumbares. Se sienta otra vez.  El gato lo mira bostezando y se da la vuelta como diciéndole que no arme escándalo. Recuerda las manos de Marisa buscándole el escroto y aquella boca casi sin labios degustando su virilidad durante tantos años. 

   Marisa murió una mañana de verano, antes de que llegara agosto y los higos. Jesús cambió las escarolas por lechugas sin sabor que debía limpiar con aquel artefacto centrifugador. Enciende siempre el televisor pero no lo mira. Tan solo el gato le lame la cara con su rasposa lengua cuando se le viene en gana. El resto del tiempo come, bosteza y duerme.

   Jesús se tumba en el sofà dejando en la mesa las pieles de dos plátanos remaduros...






domingo, 13 de marzo de 2016

AROMA DE GENGIBRE



AROMA DE GENGIBRE

Puedo hoy imaginar
Todo el peso
Todos los motivos
Los vestidos más brillantes
Las piernas más largas
Los más tiernos brazos
Los besos más vivos.

Ver la luz
Y respirar contigo
Este aire 
Que nos arrastra
Por el bosque
De los disparates
Saturar el sol
De plateados espejos
Y estrellarnos

Aroma de gengibre
Sentimiento absurdo 
De tus pasos
Que gimen
Junto al lecho desecho.
De linternas 
Que siempre se apagan
Cuando más deslumbran

Madrugada.
La oscuridad se cierne
Intuyo
Compactas formas
Rozando la piel
De mis labios,
Estrujando con fuerza
Hasta abrirlos

Porqué

Guardo en un bol toda la lluvia
Toda la angustia, todas las leyes,
Guardo en la boca
Todo tu nombre
De tu sabor guardo
En una palabra el recuerdo.