COMA
Hace unos días Luís entró en coma virtual. Primero fue la tablet. Resbaló con una piel de limón que había quedado en el suelo. Se había levantado para ir a sacar una cerveza bien fría cuando el aparato se le escurrió de las manos yendo a caer sobre la mesa de centro, la pantalla hecha añicos, la mesita –de cristal- también.
Con el Ipad maltrecho bajo el brazo, camino del servicio técnico, un sms le salvó al ir a cruzar la calle con el semáforo en rojo y un tráiler repleto de cerdos aproximándose veloz. Asió el teléfono sin despegar el brazo del cuerpo no fuera a caérsele de nuevo la tablet. En su ímpetu, el pequeño terminal acabó también saliendo despedido. El camión no lo vió.
Desde ese día camina con la mirada al frente sonriendo a las señoras que le dicen buenos días al entrar a tomar café al bar. Deja incluso propina y el chino se rie con los ojos cerrados. Ha quedado varias veces con María, clienta habitual, y hasta la besó la última vez que salieron.
Hoy ha recibido dos llamadas al fijo. Una le avisa que puede ir a recoger su aparato. En la otra, la compañía telefónica lo aturde con una oferta irrechazable.
No lo duda: permanecerá en coma con María antes que caminar hacia la luz del final del túnel.
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