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sábado, 30 de mayo de 2015

CULPABLE....O NO

   No sabía si aquel chico de aspecto esmirriado i flequillo desordenado había sido capaz de abrir en canal a su propia madre. No sabía si las huellas dactilares del machete eran ante o post mortem. No sabía nada. La absulota mudez del muchacho no le ayudaban mucho a dilucidar si realmente era culpable o inocente. Si pudiera guiarse sólo por su intuición pediría su libertad inmediata,  pero...

    Cuántas veces no se había equivocado?

   Recordaba aún su último caso. Todas las pruebas acusaban a su defendido: la propiedad del revólver, las huellas, la hora del crimen, la ausencia de coartada, incluso un testigo irrefutable...

   Encontró sin embargo el resquicio legal para conseguir la libertad sin cargos para su cliente. Ese truhán consuguió salir incólume de su crimen y ahora la culpa corroía las entrañas del letrado y las llenaba de dudas al respecto de su nuevo cliente, tan aparentemente inofensivo...


domingo, 24 de mayo de 2015

TARDE

TARDE


   Acabo de comer y el estómago ya me protesta. Aún no has venido y la habitación continúa vacía. Fría. No hacen falta explicaciones. No te las pido. Eres libre de todo. De todo excepto de la colcha. Tus ojos todavía están en ella y no creo que se desprendan nunca. Lástima que llega el verano y tendré que doblarla. Tendré que guardarla hasta el invierno que viene y quién sabe si todavía estarás ahí. La siesta me reclama sin misericordia. Me acuesto perezoso en el último día de tus puntos sueltos, deshilachados como siempre. El calor humedece mi cuerpo y se me pega la ropa. Puede que primero me dé una ducha. Salgo fresco y a punto. Abro la ventana y el sol me acaricia. Mi piel todavía blanca recuerda las tardes de verano con añoranza. Pronto el mar me absorberá y nadaré hasta encontrarte, cerca del sol. Hasta el fondo de todos los sueños. Hasta terminar de darte aquel beso que todavía tenemos pendiente. Incluso en los sueños té me escurres huidiza. He cometido muchos errores y no quiero que seas uno de ellos. Bajo la persiana hasta la mitad. Ahora el aire no molesta, más bien se agradece un poco de fresquito en medio de esta densa calor. Me tumbo sobre la cama y te hablo de sueños, de ilusiones en un punto perdido, de deseos interminables. El minino bosteza acostado sobre mis pies. Pongo la mano bajo la colcha y la muevo rápida. Se abalanza como un león se lanza sobre los ñus. Los ojos se me cierran poco a poco. Te pienso en el último instante antes de caer en manos de los sueños, allí donde espero encontrarte. Me invade el sopor y no me doy cuenta que ya duermo. 

   Te acercas lenta y translúcidamente. Con el índice me haces callar y aproximas vaporosamente a los míos tus labios aún rojos. El aire se hace a un lado y el contacto fluye azucarado. Tu suavidad es extremadamente deliciosa, como pétalos de rosa de madrugada. Nos entretenemos un largo rato, denso, intenso, perdiendo de vista los ángeles y los demonios. Mordiendonos ligera y cálidamente, nos separamos. Poco a poco, como si lo supiéramos. Tus ojos de limón esparcen por todas partes la fragancia del momento. Y respiro aliviado viendo el sueño cumplido. Te dejo marchar y sé que volverás. Sólo hemos terminado el primer sueño.

   Despierto sobresaltado. Los truenos estallan uno tras otro y los rayos encienden la habitación. El gato ya no está. Seguro que está debajo de la cama. Cierro la ventana de golpe y bajo la persiana estirando la cinta demasiado fuerte. Baja con estrépito. Me siento en la cama sudando y te recuerdo: te recuerdo besándome ... Por fin, el sueño parece haberme visitado ... Y sonrío, esperándote de nuevo ...

SENTIR

SENTIR

Sentir 
Que el tiempo no se detiene 
Comprender 
Que un día es un día.
Conquistar 
De pronto tus ojos 
Sonriéndome.

Sentir 
Que se nos escurre 
entre los dedos 
Suave 
La madrugada encendida.
Comprender 
Que con los labios abiertos 
Conquistamos 
Sin miedo, 
Todos los deseos pendientes.

Sentir 
Tu primer beso 
Acariciándome el rostro, 
Los labios. 
Comprender 
El roce acogedor 
De tu piel caliente
Haciéndome pedazos. 
Conquistar 
El inquieto desenfreno 
De una palabra al oído, 
Susurrándote
Sin prisa.

domingo, 17 de mayo de 2015

EL RINCÓN DE LOS DISFRACES

  Es frío el desván de los disfraces.

  Mamá tuvo suerte al no ver nada porque, al quedar boca abajo con los ojos muy abiertos, si hubiera estado viva no habría soportado ver aquella alfombra, que tanto le gustaba y tanta ilusión le hacía, toda llena de sangre, ella que siempre llevaba los utensilios de limpieza en las manos.

   Lo vi todo desde arriba de la escalera. Ni siquiera pude gritar. Corrí en silencio hasta el rincón de los disfraces. Casi hago caer a Papá Noel que trepaba por la terraza. Una radio canta villancicos. Todavía no me atrevo a salir.

EN EL ÚLTIMO INSTANTE


"Todo permanecerá quieto allí donde lo deje 
En el último instante: 
Los papeles, los lápices, los garabatos. 
Me llevaré, tal vez, algún beso, una sonrisa, 
Tu añoranza tal vez"  

Enfermó de repente. Sin darse cuenta, sus ojos se colvieron de un rojo perpetuo. Una escozor persistente los humedecía a todas horas. Hacía algunos meses que se había convertido en un hombre con un único pensamiento. Ella se le había instalado en la frente y sonreía. La mañana del adiós no se lo podía creer. Ambos habían despojado sus almas a distancia, enroscándose en la red que todo lo confunde. Hasta que ella, un día, le dijo basta. Que estaban demasiado atados como para soltar las amarras que los mantenían alejados. Que quizás sería mejor dejarlo ahora, que estaban a tiempo. Carlos pensaba qué había hecho mal y no estaba dispuesto a abandonar. El vínculo se le había hecho demasiado fuerte y no sabría desatarse de él. "Caramba! Tanta confianza, tantas confidencias. Y ahora."Se decía con las manos muertas y el corazón seco. Parecía que otra alma dibujara ahora aquella sonrisa que antes le pertenecía.    Un día le temblaron las rodillas al levantarse después de apagar el ordenador y no encontrarla. La había buscado de todas las maneras. Nada. Tecnología asesina. Con cuánta facilidad la había encontrado y con qué urgencia desaparecía ahora más allá de la nube.    Las paredes le giraban. Poco a poco, primero. Vertiginosamente después. Cayó redondo al suelo y no se levantó. Todo fue negro durante un tiempo que no supo medir.    Abrió los ojos. Aquella habitación tan azul no era la suya. No sentía ningún dolor. Sólo una voz que le decía "Estoy aquí"    Al principio, no reconoció aquella voz que le pareció tan dulce. No era su esposa. Intentó respirar fuerte y sintió enturbiarse el aire en sus pulmones secos.     Percibió una mano agarrando la suya. Una mano caliente, lo suponía. Sólo podía ser ella. Casi sin aliento, captó la añoranza de sus pensamientos. Intentó hablar pero nada salió de su garganta. Con los ojos, seguro que ella lo entendería, dijo: "Demasiado tarde."

AEROPUERTO


   Carlos da con sus huesos en el aeropuerto. Se entretiene observando los aviones. Los que llegan y los que se van. Está aquí porque Mireia le ha rechazado. Una vez más. Y ha salido a vagar, errante, sin objetivo predeterminado. Junto con el mar, el aeropuerto es su lugar preferido para soltar las preocupaciones. Ha venido aquí y, mirando los aviones, le ha escrito a Mireia una carta que en realidad quizás es sólo para él mismo. No sabe si alguna vez se la enseñará. No sabe tampoco si la harà pedazos. Bueno, no la romperá porque la tablet no es de papel pero sabe que sólo tiene que pulsar una tecla virtual para hacerla desaparecer. Ahora sonríe amargamente. Sufre el desencanto y el abandono. La incertidumbre y el miedo.

   Imagina que un día ella desaparecerá para siempre y no sabe si lo podrá soportar. A veces se siente celoso cuando es rechazado. Piensa que quizá no ha sabido hacer lo suficiente para que no lo deje. Acaso haya alguien más. No siente, en absoluto, celos del pasado. Tan sólo sucede que imagina que tal vez no es el único y no lo entiende. O quizás sí pero se niega a creerlo.

   Cuando se cansa de los aviones se regresa, ya un poco aliviado. Coge el tren y mientras ve pasar el paisaje su mente se siente lejos. Todo es humo y nada. Huidizas lágrimas luchan por salir y se hace fuerte. "No lloraré. Ya no quiero llorar más." Siente su rostro enrojecer y los ojos a punto de derramarse, pero no llora. Hace de tripas corazón y, sacando un pañuelo de papel, limpia sus mocos en silencio. Un rumano, o búlgaro, o albano-kosovar, pide caridad por los vagones del tren. Simula que no puede caminar y cuando el tren se detiene baja deprisa y sube de un salto al vagón de delante.

   Y Carlos piensa, con amargura y desencanto, que tampoco nunca más volverá a pedir limosna. Porque es orgulloso y piensa que no hay que pedir nada a quien nada quiere ofrecer.

Y, ahora mismo, mientras el tren todavía resopla, piensa que ni siquiera rogará que Mireia le deje la migaja de un beso como prenda.