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jueves, 18 de junio de 2015

CACHIMBA

CACHIMBA


Los pequeños monstruos llegaron de madrugada. Caminaban con los ojos cerrados, a regañadientes, asidos a mis manos. Arrastraban los pies y el polvo del sendero que cruzaba los parterres del  jardín se entrometía entre sus dedos descalzos. Habían dejado de lloriquear momentos antes y, por primera vez, los vimos sonreir. Cachimba ladró extrañamente al descubrirlos y en las pupilas de los hermanos un destello brilló fugaz en la noche sin luna.

   Los acostamos sin que quisieran cenar ni tomar nada caliente. En la litera, el chico arriba.  Al darles los besos de buenas noches percibí el frío de sus pieles y la rigidez de sus rostros. No me extrañé. En Rusia no habían tenido el cariño de nadie.

   Las noticias de la mañana alertan de las muertes inexplicables de una pareja de arquitectos jóvenes que acababan de llegar de un largo viaje. Dos años en Rusia para poder salir finalmente del país con sus nuevos hijos adoptivos. Ya se sabe: la burocracia del este.

   Los hermanos, en el sofà de la institución que se ha hecho cargo de ellos, ante el televisor rien y se abrazan como si estuvieran viendo dibujos animados.

  Cachimba yace, exánime, en el parterre grande.

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