Los niños han salido temprano entre empujones y sin decir adiós. Su padre les espera afuera, en el coche nuevo, desde hace rato. Fue feliz con él y no le echa de menos, en absoluto. Se habían enamorado y se casaron tan jóvenes y tan ciegos! Todo marchó sobre ruedas mientras el tiempo los devoraba despacio. A toda prisa, niños, padres, suegros, cuñados. Unos venían, íbanse otros. Tras unos años sin tregua pudieron permitirse la casa de sus sueños, con piscina y margaritas en el jardín. Mandaron a los pequeños a un colegio inglés y su hombre empezó a desaparecer. Cuando llegaba tarde en la noche pidiendo gresca ella mentía un dolor de cabeza.
Se habituó al tacto del gotelé y aprendió a recorrer a tientas el pasillo de arriba, ocho pasos, y a bajar sola los escalones de cristal, doce. Una vez suyo el espacio empezó a pensar en escapar; el cerrojo se le resistía y entre làgrimas imaginaba volar ventana al viento. El día que consiguió abrir el portón corrió sin tino por el jardín no sin antes besar de bruces la grava de la entrada. Corrió y corrió tanto que la negra boca del pozo la recibió relamiéndose y volaba mientras caía y por primera vez podía ver los colores del arco iris.
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