NO PUEDE SER
No puede ser. El comedor lleno de hormigas y nadie las ve. Suben por los rincones hasta el techo y bailan bajo la mesa alrededor de las migas de pan. Algunas de ellas, muchas, suficientes para notar sus mordiscos, trepan por mis pantorrillas y el ácido fórmico satura mis receptores olfativos y pellizca mis carnes a la altura del escroto causándome olvidadas erecciones. Maldigo y exhorto a mi esposa que me las sacuda y las mate, que las pisotee, que las elimine, que las aniquile. "No hay nada, tontaina, imaginaciones tuyas". Suplico y arranco en llanto y las agarro en mis manos, que bullen febriles llenas de ellas, enseñándoselas. Sin hacerme caso se escabulle a la cocina a preparar el almuerzo y no la sigo, aterrorizado. Cómo estarà, si el comedor anda manga por hombro..!
Llaman. El timbre berrea descascarillado y nadie abre. Antonia grita: "Pero bueno, ¿no puedes abrir?" Entra un hombre joven. Creo conocerle pero no estoy seguro. Murmuran a mis espaldas. Se me acerca, risueño, y me toma del brazo. "Vamos a ver. ¿Cómo están hoy las hormigas, don Ernesto?", pregunta mientras mi mujer se limpia las manos en el delantal...