La luna esconde su cara amable tras una neblina de gas mostaza. Nos mira y en su sonrisa tergiversa la luz, que se despliega en un arco iris de grises sin velo ni paz. Lloro abrazado a un hombre desconocido, un joven sin edad por haberla consumido toda en un instante. El momento del resplandor nos desenfocó y nuestras miradas se encontraron en medio del miedo. El terror avanzaba después sobre unas botas negras que levantavan nubes de polvo a cada paso. Los hombres gritaban y maldecían, nos maldecían, pegando los fusiles a sus mejillas y falcándolos en sus hombros prietos de sol i arena. Por la mirilla nos veían, imagino, grandes y cercanos en el blanco y negro de la noche. Muecas en silencio que tal vez fueran las últimas de nuestra infancia. Mascullaban palabras de odio mientras jalaban el gatillo y caían con el retroceso. Se incorporaban y la nube roja de sus ojos fijos en mí refulgía en un átomo de maldad. El joven desconocido permanece ahora muy quieto y su abrazo se encoge frío sobre mi espalda. Cierro los ojos y espero. No sé rezar.. Parece mentira cuan rápidamente cae en la hipotermia un cadáver en esta tierra de santos...
Amanece
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