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domingo, 19 de noviembre de 2017

BARRO

BARRO

   Anselmo huye a grandes zancadas por el empedrado de la calle paralela al canal. La niebla matinal engulle sus pasos.  De repente se tambalea, trastabillea y cae.  Qué inoportuno que  uno de sus zapatos andara flojo en plena huída. Las ventanas se abren y los vecinos asoman sus naricillas. Intenta incorporarse y queda sentado palpándose la herida junto al corazón. Cae punzante la lluvia que diluye la sangre que resbala por su pecho e impregna los pantalones, cada vez más oscuros.

   Ernesto frena a tiempo.  El airbag evita el golpe contra el parabrisas. Sufre el latigazo y se desvanece. Despierta sin recordar. Recoge sus gafas, intactas. Parpadea y descubre la forma sentada en medio de la calle, ocupando todo el ancho.. El hombre le mira desde las alturas, suplicante. Una làgrima, tal vez? Ernesto baja del auto y se acerca desenfundando el arma. Arrecia la lluvia apoderándose de los pies de barro del gigante, disoviéndolos en un charco de dolor, inmenso. El hombre gime, como el trueno que sobre sus cabezas acaba de desatar un huidizo rayo que se pierde más alla de su tristeza.

   Miran ámbos el negro cielo y claman perdón en silencio. Ernesto, por tener que ser él quien acabe con el coloso. Anselmo, por tener el corazón tan grande.

jueves, 8 de junio de 2017

FLUJOMETRIA

FLUJOMETRÍA

El 99 va repleto a esta hora de la tarde y ya no puedo más. Un litro y medio de agua en mi vejiga y calculo que aún tengo una hora hasta la clínica. No aguantaré, de pie y apretujado por abuelas y niños, incandescentes éstos al salir del colegio. Pienso en la relatividad espacio-temporal y en cómo se contrae todo ante la urgencia.
Paso a un cuarto pequeño y la enfermera me ofrece un artilugio para orinar. Un poco rústico el embudo, el vaso, la balanza. Todo demasiado normal. Desenfundo mi flaccidez y empiezo, ojos cerrados. Recuerdo cuando la doctora me tocó después de la vasectomia o cuando las ladillas. Creo que en estos casos el inconsciente inhibe las reaciones.
Pienso en ríos y en arroyos de aguas frías al tiempo que siento mojarse mis rodillas y navega ante mí, a la deriva, el sillón del doctor. Afuera el sol brilla sofocante. Salimos por la ventana, a nado, enfermeras, pacientes y acompañantes. El doctor no está. Los objetos pesados caen sobre el césped amarillento de los jardines mientras mi orina desborda las calles arrastrando vehículos y transeúntes, ahogando  irremisiblemente a todos aquellos que esperan, mohínos, los servicios mínimos del metro.
  

domingo, 14 de mayo de 2017

FELICIDAD

FELICIDAD

   Me estrechan la mano con una sonrisa forzada. Afuera llueve y el repiqueteo del granizo en los vitrales acompaña el ritmo de los pasos de aquellos que han acudido a la catedral. Los de más confianza, sobre todo ellas, me besan en las mejillas y pronuncian las frases de ánimo que guardan para estos casos. 

   Me aprietan las punteras de los zapatos y una cana rebelde se mete en mi ojo derecho que no para de lagrimear. No es por ella, que yace con una sonrisa perenne dentro de la caja, pero la gente piensa que sí y eso me hace quedar bien.  Las lágrimas que eran suyas las agoté la víspera velando a solas el féretro. Las llamas de los velones temblaban  y, en ocasiones, la he visto levantarse y besarme como antes, entregada y salvaje. En esos momentos, sentado en la silla, mi cabeza caía violentamente hacia atrás y despertaba súbitamente al paso fugaz y estremecedor de alguna ambulancia en la madrugada, el pecho llenándoseme de oníricas babas. Hace mucho tiempo que sabíamos que este momento llegaría. Simplemente ayudé un poco a precipitar lo inevitable.

   He tenido mucha suerte. Acabo de terminar el curso de comunicación no verbal y he aprendido a disimular mi felicidad, es como aprender a jugar al escondite…