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jueves, 9 de febrero de 2023

TRILEROS

¿Dónde está la bolita?, me preguntaba Daniel. Su aura de prestidigitador me aturdía y el fondo de la cuestión era siempre el mismo: ¿Hasta cuándo? Estaba acostumbrado a engañar a los incautos transeúntes guardándose hàbilmente el guisante en el bolsillo. Yo le ayudaba en mi tiempo libre sirviéndole de cebo. Acordábamos de antemano donde se escondía el objeto las tres primeras veces y yo apostaba, acertaba y ganaba siempre, haciendo evidente a los curiosos la facilidad de aprovecharse del pobre chaval que creía poder  engañarles. Luego me alejaba y tomaba el sol en alguna terraza próxima frente a una fresquita caña de cerveza. Él llegaba siempre sonriente, siempre contento y me enseñaba los billetes de todo tamaño, de todo valor, de aquí y de allà -verdes, azules, marrones, $, €, £...

Íbamos luego a cenar a nuestros restaurantes favoritos. Entrábamos a las discos de moda donde no pagábamos porque conocíamos a los dueños o a los encargados, habitantes de la noche como nosotros.

Llegábamos a casa achispados y relucientes. Caíamos sobre la cama abrazados, con el jadeo y el latido del ansia entre la piernas. Yo las abría para él, ténuemente primero, descarada después. Sus dedos entraban en mi como las manecillas de un reloj a las diez y diez y el pulgar buscándome el clítoris y preguntando,siempre -¿dónde está la bolita..?




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