Sierra, herramienta cuyos dientes rebanan chapuceramente la carne. La humana es la más difícil. Y Jimmy Sinclair, a sus dieciséis, lo sabía. En sus años de aprendizaje con el viejo destripador aprendió a utilizar la navaja choricera, sin embargo, jamás superó el trance de provocar el tránsito. El maestro siempre le decía que no debía mirar a esas chicas a los ojos. Nunca. Así que él mismo las asesinaba y, ya cadáveres, James las abría y esparcía las tripas por el suelo, por las paredes. Le seducía la sangre que impregnaba las moquetas de los burdeles, viscosa, caliente y pegajosa como queso fundido.
Cuando se lo pudo permitir alquiló el entresuelo de la finca donde tenía su negocio y mandó practicar un acceso directo entre ambos. Se hizo construir un ingenio a pedales con el cual cortar más cómodamente el material que recibía de los contactos que había establecido en su carrera y los que heredó del maestro. Todos los días, cuando a las ocho en punto alza la persiana, la cola de mujeres dobla la esquina. Miss Mary se lleva siempre las entrañas calientes y, cuando las hay, las criadillas. Todas saben que Mr. James vende la carne más fresca de todo el East End…
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