EMILI
Se despoja de la opaca piel y la cuelga en el perchero del recibidor. Caen las fláccidas y malolientes escamas invadiendo de tediosa cotidianeidad la ducha de plato resbaladizo -otro día sin patos antideslizantes-. Corre agua fría por cada uno de sus músculos y siente cómo una fina y reluciente epidermis renace, como cada día desde que se hizo mayor. Millones de punzantes alfileres inyectando esperanza. Tiene la nueva piel, al principio, una esponjosa textura de mousse que poco a poco se elastifica y se adapta a su cuerpo. Cada vez más consciente de ello toma forma su yo de noche. Sale a la calle y las farolas se apagan a su paso. Nada en los escaparates reluce a estas horas. El hombre del coche azul apaga los faros, abre ansioso la portezuela trasera. Maili monta desganada y mientras se desnuda el hombre arranca. En el polígono el silencio es apenas roto por el rumor amortiguado de las máquinas en las naves. Él detiene el auto y pasa al asiento trasero, entrega dos billetes a Maili y abriéndose el pantalón cree poseerla...
Maili regresa a casa a dormir un par de horas, la piel de mousse oscura ya empieza a difuminarse. El despertador sonará pronto, la fábrica espera...
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